LEYENDAS DEL DESIERTO

Cuando los conquistadores llegaron a estas tierras encontraron un territorio desértico, algunas tribus en comunidades dispersas pero muy adaptadas a su medio ambiente. Eran tribus que iban estableciendo sus límites territoriales a fuerza de recorrer todo el desierto y conocer la flora y fauna, los aguajes, los abrigos rocosos para refugiarse, y la ubicación de otras tribus, ya fueran amigas o enemigas.

Entre las tribus que destacaban en la región norte de México estaban los indios conchos, los coahuiltecos, los tobosos, los irritilas y los guachichiles.

Las condiciones austeras del paisaje obligaron a estos pueblos, a mirar otras cosas como el cielo, las estrellas y la luna, al igual que a interpretar los fenómenos naturales como los truenos, las lluvias, los fríos y los eclipses. Aprendieron a descifrar los sonidos, el viento, el clima así como el comportamiento de los animales,  también tenían especial interés por los fenómenos sobrenaturales como la muerte, el espíritu, las ánimas desencarnadas y los sueños.

Alrededor de todos estos eventos, naturales y sobrenaturales, se contaban historias que han ido pasando de generación en generación, de familia en familia. Ahora es nuestra oportunidad de conocerlas, y de seguir con la tradición oral para que los indios conchos, los coahuiltecos, los tobosos, los irritilas y los guachichiles continúen su recorrido por estos desérticos lugares que habitamos.



El Cometa*

Los indios creían que los cometas hacían daño a sus pueblos, pues cuando aparecía un cometa moría mucha gente; entonces, para pedirle que no les hiciera daño, salían caminando en pares, varones y mujeres a partir de los siete años de edad, llevando en la mano derecha unas canastillas con pescado de rio,  mezquite, frutas y yerbas; y en la mano izquierda, una flecha apuntando su punta de pedernal al corazón. Los seguían cuatro viejos embijados[1] y pintados, cada uno con un azote[2] de cuero. Las ofrendas eran quemadas en una hoguera y el humo  subía hasta el cometa para que comiera y no les hiciera daño. Los cuatro viejos azotaban al fuego que comenzaba a levantarse; y si en eso llegaba un viento y desbarataba el fuego, lo tenían por mal agüero y comenzaban a llorar, y se iban punzando los pechos y brazos con espinas hasta sangrarse.

La sangre, la recogían en unas jícaras y la mezclaban con un poco de agua; cortaban los cabellos de una doncella y con ellos, los viejos hacían una especie de brocha con la que rociaban el aire a los cuatro puntos cardinales y lanzaban bufidos horrendos. Posteriormente echaban a la hoguera la sangre que había quedado, volviendo a azotar el humo que de ella salía y si ese humo subía derecho al cielo quedaban contentos sin temerle al cometa ni a la muerte, haciendo entonces un baile, y como el cometa tiene cola o plumaje, ellos también se ponían colas de zorras o plumas en la cabeza.

 

*Basado en el texto “Ritos astrológicos chichimecas”  en el libro “La entidad donde vivo. Coahuila” de Héctor Patiño Garduño.



[1] Engrasados, enaceitados.

[2] Látigo.


Los Pájaros de Cabeza Roja*

Según algunas crónicas, fueron los aztecas quienes dieron el nombre a los guachichiles porque se pintaban la cabeza de rojo, asemejando a un pájaro que los aztecas conocían como cuachichil, guachichil o huachichil.

Durante las primeras expediciones guachichiles, mientras descubrían las plantas y los animales que serían parte de su dieta básica y se convertían en expertos cazadores con el arco y la flecha como su arma principal, notaron que los seguían unos pájaros con cabeza roja, que cantaban muy bonito. Sin saber qué eran ni entender el mensaje de sus trinos, pensaron que serían buen alimento. Intentaron cazarlos una y otra vez, sin fortuna. Les resultó inexplicable por qué sí podían cazar a cualquier otra ave, pero no a estos pájaros cabeza roja. Ninguna flecha era capaz de atravesarlos. Entonces comprendieron que el pájaro de cabeza roja era el guardián de su tribu, el espíritu guardián. A partir de este descubrimiento vital para su desarrollo espiritual, decidieron imitarlo pintándose sus cabezas de color rojo y emulando el sonido de su canto. Nunca más trataron de cazarlo.


*Basado en el texto “El pájaro huachichil”  en el libro “Mitos y leyendas de huachichiles” de Homero Adame.


El Mitote del Venado*

Una de las costumbres del pueblo de los guachichiles era reverenciar a las cabezas de ciervo; creían que si les hacían ceremonias tendrían salud y no se enfermarían. Con gran reverencia guardaban en sus casaslas cabezas de venado, en memoria de los parientes ya muertos y que en sus días habían dado muerte a aquellos animales. Los sábados en la noche se hacía el mitote o baile ofrenda; sacaban la cabeza de venado y durante la reunión los viejos echaban al fuego pequeños pedazos de los cuernos o de los huesos de aquellas cabezas, indicando a los demás que la llama que más se levantara era el ánima del difunto que venía a su llamado a darles la virtud y poder. También daban a sus hijos polvo de esos cuernos para que se les concediera la virtud, la fuerza y la ligereza de los venados. Otra costumbre era guardar las cabezas de venados que habían cazado sus padres o parientes difuntos, y al cabo de un año, al anochecer  en una fecha especial, salían todos de la casa del difunto con canto triste y lloroso y tras ellos, una vieja con la cabeza del principal venado en sus manos que se ponía luego en una hoguera hasta que hecha cenizas, quedaba sepultada con la memoria del difunto.


*Basado en el texto “Mitos chichimecas”  en el libro “La entidad donde vivo. Coahuila” de Héctor Patiño Garduño.


La Joven Guachichil y el Irritila *

Una hermosa y joven mujer de la tribu de los guachichiles acostumbraba andar por el que hoy conocemos como el Cerrito de la cruz, en Concepción del Oro, Zacatecas. Un día, juntando mezquites que eran parte de su alimentación, sintió que alguien la observaba, al dirigir su mirada a lo alto del cerro, descubrió a un apuesto indígena de la tribu de los irritilas. Un hombre alto, muy bien formado, que andaba de cacería con su arco y su flecha.

Tras saberse descubierto, el joven bajó despacio por la ladera del cerro, sin perder de vista a la joven. Cuando ya estaba a cierta distancia, preparó su flecha en el arco y la dirigió hacia la joven. Ella se quedó petrificada, anticipando lo peor. El joven disparó la flecha y en unos instantes cayó una serpiente que estaba enroscada en una rama del mezquite. La hermosa guachichil recuperó el aliento y corrió hacia el irritila; lo abrazó y le dio las gracias de todo corazón. Ése fue un momento en que por primera vez se vieron a los ojos y sintieron que el amor los había atrapado.

A partir de aquel día, se les veía por todas partes, sus risas eran acompañadas por el canto de los pajarillos, se sentaban bajo la sombra de los pirules y acudían a un lugar muy especial que era un pequeño arroyo donde refrescaban sus cuerpos. Pero como siempre hay algo que nubla la dicha de una pareja que vive tan feliz…

Resulta que un guachichil se moría de celos porque pretendía a la joven y ella no le correspondía. A cada momento la seguía, a cierta distancia la observaba con el irritila, al tiempo que urdía la forma de acabar con ese amor que no podía ser para él. Un día siguió a la joven y le dio muerte con su puñal, clavándoselo en el pecho. En ese preciso momento llegaba el joven irritila a reunirse con su amada. Al darse cuenta, el guachichil preparó su arco y su flecha y le disparó a su rival de amores, hiriéndolo de muerte. El joven irritila se arrastró hasta donde estaba su amada, puso su cabeza sobre el pecho de ella y allí murió. El joven guachichil se fue furioso porque ni en la muerte logró separarlos.

Cuentan que ese día el cielo se obscureció y empezó a llover; que era una lluvia triste como si el cielo llorara por la muerte de esos enamorados. Los pájaros dejaron de emitir sus cantos y las flores del campo doblaron sus tallos en señal de duelo. Se dice que de vez en cuando el joven irritila aparece y desaparece en el lugar donde le quitaron la vida a él y a su amada.


*Basado en el texto “Una joven  huachichil y un muchacho irritila”  en el sitio “Mitos y leyendas mexicanas” de Homero Adame.


El ojo de Agua*

Cuando llegaron a estas tierras los españoles se toparon con un grupo de aguerridos guachichiles que defendían un cerro, y como los extranjeros lo que buscaban era oro o plata, lo primero que pensaron era que este cerro estaba repleto de esas riquezas.

Por su parte, los misioneros pensaron que seguramente los indígenas estaban protegiendo un adoratorio consagrado a sus dioses. Así, unos llevados por la ambición y otros con la excusa de cristianizar a los “herejes”, terminaron matando a los aguerridos guachichiles, con la ayuda de indios traídos de Tlaxcala. Cuando finalmente los españoles se apoderaron del cerro en cuestión, se percataron de que era un ojo de agua lo que defendían los nativos y no la entrada a una mina de plata u oro. El verdadero tesoro de aquellos pobladores era el agua, lo más preciado en el desierto.

Para sacar provecho de esta circunstancia, y también poder subyugar a los indígenas con una nueva religión, los conquistadores levantaron en ese cerro la capilla del Santo Cristo del Ojo de Agua, lo que dio origen a la fundación de Saltillo.

 

*Basado en el texto “La fundación de Saltillo” en el sitio “Mitos y leyendas mexicanas” de Homero Adame.


La Montaña de Zapalinamé*

A la montaña situada al oriente del Valle de Saltillo, la voz del pueblo le ha dado varios nombres: del Cuatro, del Muerto o del Dormido. No obstante los antiguos originalmente le conocieron e identificaron como Zapalinamé, en honor al caudillo de la tribu regional de los guachichiles que dieran batalla a los fundadores de la Villa de Santiago a finales del siglo XVI.

La colonización española en estas regiones nunca fue fácil, incluso los historiadores hablan de que algunas veces Saltillo fue abandonado pues la resistencia que opusieron los guachichiles fue audaz y temeraria. Maquisaco, Maquemachichihuac, Cilavan y por último Zapalinamé, antes que doblegarse ante el conquistador prefirieron luchar, o al menos mantener la libertad antes que rendirse. Los alzamientos de los guachichiles fueron periódicos, pues los españoles, además de apropiarse de sus tierras, acostumbraban tomarlos como esclavos; además los habitantes del poblado hispano se apoderaron del agua cuyos manantiales regaban y hacían fértil la flora y la fauna del valle y que al alterar la ecología circundante iba en detrimento de los suyos, pues como buenos conocedores del medio, sabían que en adelante las piezas de caza se retirarían haciendo más difícil la vida de los guachichiles en el valle.

Viendo todo aquello, reflexionando que le era imposible acabar con  los intrusos, el caudillo un día organizó a los suyos y por la noche con sigilo abandonaron la villa remontándose de nuevo a las serranías más próximas, prefiriendo vivir libres el resto de sus días en lo agreste de las montañas del oriente de Saltillo.

Cuenta la leyenda que unos años después murió el caudillo en la cima de una de ellas y que los suyos lo tendieron con la cara al sol, tal como fue su actitud ante las adversidades y entonces sucedió un fenómeno particular y fantástico: viendo los elementos, la gallardía y el orgullo que mostró ante la vida aquel indio; en su honor agigantaron su figura dando sus formas a la montaña, cubriéndola de rocas, de tal manera que aún se aparecía su cabeza con penacho, su amplio pecho, sus pies, su brazo derecho y todo su cuerpo tendido, quedando como pétrea[1] compañía por los siglos  de los siglos hasta la consumación delos tiempos.

 

*Basado en el texto “Zapalinamé”  en el libro “Detalle y leyendas del Saltillo antiguo” de Juan Marino Oyervides Aguirre.



 

[1] Rocosa. 


El Último Guachichil*

En Santa Ana de Nahola, municipio de Tula, Tamaulipas, aún sobreviven familias indígenas nahola. Los ancianos recuerdan que sus abuelos les platicaban que el último guachihil de pura sangre vivió entre ellos, porque ancestralmente los guachihiles y los nahola estaban emparentados.

Los pájaros de cabeza roja eran desconocidos en la región de los nahola, pero justo antes de morir el guachichil  una parvada de pájaros con cabeza roja voló y voló alrededor del moribundo para luego posarse junto a su lecho de muerte.

Al momento de expirar el último guachichil, uno de esos pájaros puso su pico en la boca del anciano, como si le diera un beso de despedida, y se fue volando, seguido por sus compañeros. Creen que así se llevaron el espíritu del último guachichil para darle vida en otra parte, en otro tiempo.

 

*Basado en el texto “El pájaro huachichil”  en el libro “Mitos y leyendas de huachichiles” de Homero Adame.